Cómo la Declaración de Independencia alejó a los estadounidenses de Gran Bretaña

En las que quizá sean las palabras más famosas de la Declaración de Independencia – «Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad»- los fundadores de los Estados Unidos definen los derechos que un buen gobierno debe asegurar y proteger. Si estos derechos eran pisoteados, era motivo para divorciarse del tirano, pero no todo el mundo estaba dispuesto a romper con Gran Bretaña y el rey Jorge III.

Poco a poco, los Fundadores tuvieron que argumentar a favor de la libertad, convenciendo a individuos y colonias reticentes, incluso después de que las hostilidades hubieran estallado. La Declaración de Independencia es la culminación de ese esfuerzo, explicando cuidadosamente, punto por punto, por qué los colonos no tenían otra opción que separarse de la «Madre Inglaterra».

Preparando el escenario

La Declaración de Independencia es un documento relativamente corto, de poco más de 1.300 palabras, pero fue el resultado de una larga lucha, que se había estado cociendo a fuego lento entre Gran Bretaña y sus colonias norteamericanas durante más de una década. En 1775, las tensiones habían aumentado entre los estadounidenses y los británicos en la América colonial, lo que dio lugar a la primera batalla de la Guerra de la Independencia en Lexington y Concord ese mes de abril.

En esos primeros días de la Revolución, pocos estadounidenses deseaban separarse por completo, sino que querían que se protegieran sus derechos como ciudadanos británicos. Querían que sus voces fueran escuchadas tanto por el Parlamento como por el rey. De hecho, los que apoyaban la independencia, como Thomas Jefferson y John Adams, eran considerados radicales peligrosos.

El rey Jorge III se atrincheró y ordenó el envío de más tropas para combatir a los rebeldes y acabar con la insurrección. En agosto de 1775, declaró que sus súbditos americanos estaban «comprometidos en una rebelión abierta y declarada». En mayo de 1776, el Congreso se enteró de que el rey había negociado con Alemania para contratar mercenarios que lucharan en América. Los americanos empezaron a darse cuenta de que su madre patria actuaba como un tirano.

Entonces, en enero de 1776, el activista político y filósofo Thomas Paine publicó Common Sense (Sentido Común), en el que argumentaba que la independencia era un «derecho natural» y el único curso de acción de las colonias. Al comprarlo por miles, los colonos se dieron cuenta de que estaban luchando por una causa perdida: no podía haber reconciliación. Necesitaban establecer su soberanía. El escenario estaba preparado para la redacción de la Declaración de Independencia.

El debate revolucionario

Los esfuerzos se intensificaron el 7 de junio de 1776, cuando el Congreso Continental se reunió en la Casa del Estado de Pensilvania (ahora conocida como Independence Hall). Richard Henry Lee, de Virginia, presentó su resolución que comenzaba así «Resuelto: Que estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, Estados libres e independientes, que están absueltas de toda lealtad a la Corona Británica, y que toda conexión política entre ellas y el Estado de Gran Bretaña es, y debe ser, totalmente disuelta.»

En el debate que siguió, quedó claro que algunos estados «aún no estaban maduros para decir adiós a la conexión británica, pero estaban madurando rápidamente», como dijo un delegado. Para darles tiempo a madurar, el Congreso retrasó la votación de la resolución hasta el 1 de julio y convocó un receso. También nombró un comité de cinco miembros para redactar un documento que explicara las razones para declarar la independencia en caso de que el Congreso así lo decidiera.

El comité de la declaración -John Adams de Massachusetts, Roger Sherman de Connecticut, Benjamin Franklin de Pensilvania, Robert R. Livingston de Nueva York y Thomas Jefferson de Virginia- asignó a Jefferson, de 33 años, que «tenía la reputación de una pluma magistral», la tarea de redactar el documento. Años más tarde, John Adams, miembro del comité, dijo que había pasado el encargo a Jefferson porque «un virginiano debía aparecer al frente de este asunto». Además, Adams admitió que él mismo era «odioso, sospechoso e impopular».

Argumentando a favor de la libertad

Jefferson conocía las obras de los filósofos de la Ilustración, como John Locke, y de los pioneros científicos, como Isaac Newton, y utilizó sus ideas en su composición, junto con las de la Declaración de Derechos de Virginia.

Compuso cinco secciones, incluida una introducción que expone las razones por las que las colonias deben abandonar el Imperio Británico. Jefferson explica cómo los derechos inalienables de los ciudadanos (que, en aquella época, no incluían a las mujeres, los nativos americanos y los afroamericanos) estaban siendo pisoteados por el rey Jorge III. El preámbulo concluye: «[Una] larga serie de abusos y usurpaciones… evidencian un designio de reducir [a un pueblo] bajo el despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, deshacerse de ese gobierno y proporcionar nuevos guardias para su seguridad futura».

El cuerpo contiene dos secciones, la primera de las cuales proporciona evidencia de la «larga serie de abusos y usurpaciones» del rey sobre las colonias y la segunda declara cómo el rey se negó a abordar las quejas de las colonias. El documento concluye que «estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, Estados libres e independientes; que están absueltas de toda lealtad a la Corona Británica, y que toda conexión política entre ellas y el Estado de Gran Bretaña, es y debe ser totalmente disuelta».

A veces, la prosa de Jefferson se dispara, pero nunca se desvía de su verdadero propósito: construir, al buen estilo del siglo XVIII, un argumento legalista contra la tiranía. Después de que Adams y Benjamin Franklin hicieran pequeñas correcciones al texto de Jefferson, éste estuvo listo para ser presentado al Congreso Continental.

El camino hacia la independencia

El Congreso volvió a reunirse el 1 de julio de 1776. Doce de las trece colonias adoptaron al día siguiente la Resolución Lee para la independencia (los delegados de Nueva York se abstuvieron, ya que sus instrucciones eran buscar únicamente la reconciliación con el rey). El Congreso se ocupó entonces de la declaración de Jefferson, que debatió, consideró y revisó a lo largo del 3 de julio y hasta bien entrada la mañana del 4. Se hicieron importantes revisiones de redacción, incluida la condensación de los últimos cinco párrafos (para consternación de Jefferson), pero el preámbulo permaneció más o menos intacto.

El Congreso aprobó el proyecto final el 4 de julio.

El taller de John Dunlap, impresor oficial del Congreso, imprimió los primeros ejemplares de la Declaración de Independencia; se cree que se produjeron unos 200 ejemplares, de los que hoy existen unos 25. Posteriormente, los jinetes llevaron folletos del documento por las colonias. El 8 de julio, las campanas de las iglesias repicaron en celebración y las palabras de Jefferson resonaron en las reuniones públicas. El 9 de julio, Nueva York revocó su decisión y permitió que sus delegados se unieran a las demás colonias en favor de la ruptura con Gran Bretaña.

El rugido de la revolución

Una versión oficial de la declaración se plasmó en pergamino y, el 2 de agosto, se firmó -la primera y más grande firma fue la del presidente del Congreso, John Hancock de Massachusetts-. No todos los hombres que estuvieron presentes en la reunión del 4 de julio firmaron el documento el 2 de agosto. Los historiadores creen que siete de las 56 firmas se pusieron más tarde. Dos delegados no firmaron: John Dickinson de Pensilvania y Robert R. Livingston de Nueva York.

Sin embargo, estos estadounidenses eran ahora pública e irreversiblemente enemigos del imperio que hasta hacía poco habían abrazado. «Estamos en medio de una revolución», proclamó John Adams, «la más completa, inesperada y notable de la historia de las naciones».

La Declaración hoy

La Declaración de Independencia, descolorida pero aún visible, puede verse hoy junto a la Constitución de EE.UU. y la Carta de Derechos en la resonante y semicircular Rotonda de las Cartas de la Libertad del museo de los Archivos Nacionales de Washington, D.C. Los documentos se conservan dentro de una caja de última generación que los protege del aire y la humedad. Por la noche y en caso de emergencia, los documentos se introducen en una profunda cámara acorazada para su custodia.

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