Por qué Francia fue la capital de los duelos en Europa

El 12 de mayo de 1627, hacia las dos de la tarde, el conde de Bouteville y el marqués de Beuvron se reunieron en una plaza de París, con el propósito expreso de defender su honor. Bouteville, de 27 años, era un hábil espadachín, veterano de muchos duelos y había matado al menos a la mitad de sus adversarios. Una de sus víctimas había sido un pariente de Beuvron, que pasó meses tratando de concertar un duelo con el conde para vengarse.

Los dos hombres se quitaron la capa y lucharon, primero con una espada y una daga y luego sólo con una daga. Su duelo terminó con un forcejeo, cada uno con una daga en la garganta del otro, momento en el que ambos decidieron parar. Aun así, ese día se derramaría sangre: Sus amigos, testigos del duelo, se vieron envueltos en una refriega que dejó a uno de ellos muerto y al otro gravemente herido. Aunque los duelos tenían un aire de formalidad, con demasiada frecuencia caían en el caos y el derramamiento de sangre.

Asuntos de honor

El grito de ¡En garde! y el sonido de las espadas desenvainadas era habitual en París y otras ciudades francesas. La costumbre estaba extendida en otros países, pero Francia parece haber sido la capital de los duelos en Europa. Los asuntos de honor estaban tan arraigados en la conciencia nacional que aparecen en algunas de las historias más emblemáticas de Francia, como Los tres mosqueteros, escrita en 1844 por Alexandre Dumas y ambientada en el espadachín siglo XVII.

Los duelos adoptaron muchas formas. A veces surgían de un encuentro fortuito sin ninguna preparación formal. Por ejemplo, en 1613, el Caballero de Guise caminaba por la calle St. Honoré de París cuando vio a un hombre, el Barón de Luz, que había hablado mal del padre de Guise. Guise se apeó, desenvainó su espada e invitó al barón a hacer lo mismo. El barón era un hombre viejo y apenas pudo defenderse del joven e impetuoso Guise, que mató al barón de una sola estocada. Incluso para los estándares de la época, este encuentro se asemejó más a un asesinato que a un duelo.

Los duelos solían ir acompañados de una serie de rituales. Uno de ellos era el desafío preliminar. Cuando se ofendía el honor de un hombre, éste podía retar al ofensor a un duelo hablándole, abofeteándole o enviándole un mensaje escrito. Por ejemplo, después de enterrar a su padre, el hijo del barón de Luz envió a su escudero a casa de Guise para entregarle una carta que decía «Señor, estáis invitado a hacerme el honor de encontrarme, con la espada en la mano, para recibir justicia por la muerte de mi padre. Este caballero [el escudero] os llevará al lugar donde os espero con un buen caballo y dos espadas de las que podréis elegir la que prefiráis». El duelo tuvo lugar. Tras matar al padre, Guise mató al hijo.

Los duelos solían tener lugar en las afueras de la ciudad, donde las autoridades no interferían. En París, una zona cercana al Sena, conocida como Pré aux Clercs, era un lugar popular para los duelos. Pero los asuntos de honor también podían tener lugar en la ciudad. En la década de 1630, el cardenal Richelieu se quejó de que «los duelos se han vuelto tan comunes en Francia que las calles se están convirtiendo en campos de batalla».

Reglas de combate

Una serie de reglas informales relativas a la vestimenta y las armas garantizaban el honor de todos los participantes. Los duelistas solían luchar en mangas de camisa con el pecho expuesto a la espada del rival. Aunque estaba prohibido llevar armadura, algunos combatientes intentaban llevar protección oculta en sus ropas.

Las armas más populares eran las espadas, concretamente los estoques. Estos elegantes instrumentos no causaban mutilaciones ni desfiguraban el rostro del rival; sin embargo, eran las espadas más letales. Aunque las armas de fuego se consideraban contrarias al ideal aristocrático de valentía personal, se registran muchos casos de duelos con pistolas, especialmente a finales del siglo XVII.

Una novedad en los duelos del siglo XVII era la presencia de segundos. Estos hombres no sólo acompañaban a los duelistas y velaban por el cumplimiento de las reglas, sino que también podían -como en el caso de Bouteville- acabar luchando entre ellos. Cuando un segundo derrotaba a su rival, podía incluso acudir en ayuda del duelista al que acompañaba, creando una situación de dos contra uno. Esta acción era contraria a la noción de ajuste de cuentas entre dos hombres. En la segunda mitad del siglo XVI, el gran ensayista Michel de Montaigne señalaba: «Es también una especie de cobardía la que ha introducido la costumbre de los segundos, terceros y cuartos… antes eran duelos; ahora son escaramuzas».

A pesar del potencial de caos introducido por los segundos, existían alternativas a la lucha que podían satisfacer el honor y evitar la tragedia. Además de la oportunidad de reconciliación antes de cruzar las espadas, los duelistas podían aceptar la satisfacción desde el momento en que uno de ellos hería levemente al otro en los duelos a «primera sangre». A veces las peleas eran una farsa para salvar la cara y los dos contrincantes podían aceptar la satisfacción tras intercambiar un par de golpes. Pero muchos duelos terminaban con la muerte de uno de los participantes. A partir de la información proporcionada por un cronista francés de mediados del siglo XVII, Tallemant des Réaux, se puede calcular que, del centenar de duelos y desafíos que describe, más de un tercio no tuvo lugar porque se había llegado a un acuerdo previo. De los duelos que sí se celebraron, la mitad acabaron con la muerte de uno o más combatientes.

Fuera de juego

Otros historiadores han calculado que durante el reinado de Enrique IV de Francia (1589-1610) se celebraron unos 10.000 duelos en el país, en los que participaron 20.000 duelistas, de los cuales 4.000 o 5.000 perdieron la vida. Algunos «duelistas» utilizaron el ritual para encubrir una carnicería. Un tal Chevalier d’Andrieux, por ejemplo, mató a 72 hombres hasta que fue juzgado y ejecutado.

A lo largo del siglo XVII, las autoridades se preocuparon cada vez más por la proliferación de estos espectáculos. La legislación contra los duelos se hizo cada vez más estricta, a pesar de la afición de algunos por esta tradición. Bouteville, por ejemplo, fue detenido inmediatamente después de su duelo con Beuvron, y el cardenal Richelieu lo condenó a muerte. Posteriormente, el rey Luis XIV promulgó edictos que prohibían los duelos a finales del siglo XVII.

Aunque la práctica disminuyó con el paso de los años, perduró hasta una fecha sorprendentemente tardía. El último duelo en Francia tuvo lugar en 1967, cuando René Ribière desafió a un compañero político por haberle insultado. Filmado para la posteridad, los combatientes armados con espadas acordaron detenerse sólo después de que Ribière fuera herido dos veces.

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